La voz de la Filosofía

Este blog tiene la intención de promover un espacio -virtual, pero no por eso menos real-, en el que los que nos dedicamos a la filosofía (y también los que no) podamos "hablar" y "escribir"...

martes, agosto 22, 2006

Por qué WITTGENSTEIN

Para los interesados en el pensamiento de Wittgenstein, este semestre se estará realizando un ciclo de conferencias titulado “Por qué Wittgenstein”, dedicado al pensamiento de este filósofo y organizado por DIAPOREIN (Círculo Peruano de Investigaciones Filosóficas y Transdisciplinarias). Wittgenstein, en mi particular opinión, es el filósofo que abre las puertas al mundo contemporáneo. Una de las cosas que más me llaman la atención de él, y de ahí su atractivo inevitable para mí, es que en su caso no puede desligarse su vida personal de su filosofía. Y si bien esto, podría decirse, es válido para cualquier filósofo (porque así es la filosofía, a fin de cuentas, un quehacer íntimo), en el caso de Wittgenstein lo es con mayor radicalidad. Su vida es una puesta en marcha de su filosofía; su filosofía depende, crece inseparablemente, se alimenta de su vida. En ese sentido, cuando uno lee a Wittgenstein, independientemente de si está de acuerdo o no con él, se enfrenta con un pensamiento aterradoramente honesto. Wittgenstein escribió de joven el Tractatus, texto eminentemente lógico y casi incomprensible. El Tractatus tuvo éxito por donde sea que fue mostrado. Tuvo un éxito inimaginable. ¿Saben lo que hizo Wittgenstein con eso? Abandonó el Tractatus y lo que en él decía. Abandonó la filosofía. Se inscribió en el ejército. Estuvo en la guerra. Luego decidió meterse de maestro en una escuela rural primaria. Fue jardinero también. Y arquitecto. Nunca dejó de escribir, de escribir para sí mismo, pero se alejó de esa vida académica que tanto le disgustaba, a pesar del éxito que en ella tenía. Se alejó de ella con el firme convencimiento, producto de su propia experiencia vital, de que la filosofía no se encontraba allí, de que una vez que uno comprende realmente de qué se trata esto de pasarse el día reflexionando, comprende que el valor de la filosofía está en salir de ella, en no quedarse encerrado en ella, en pasar a la práctica. Sus alumnos más queridos fueron justamente aquellos que se dedicaron luego, por recomendación suya, a otras cosas (como la medicina), y que fueron además felices dedicándose a otras cosas. En fin. Muchas cosas podrían decirse, muchísimas.
Por qué Wittgenstein; por qué digo que Wittgenstein abre las puertas del mundo contemporáneo. Porque Wittgenstein dice: allí donde creas que algo es algo, busca otra cosa, anímate a buscar diferencias. Si alguien dice ‘no hay diferencia’, Wittgenstein dice ‘hay diferencia’: atrévete a ver las cosas de otro modo. En suma: no hay esencias, no hay universales. Trataré brevemente de explicarme. Esto lo toma Wittgenstein de su aproximación al lenguaje. Si observamos (y fíjense el término que se está empleando: “observar”, no analizar, leer al respecto, etc.), si observamos cómo adquirimos un lenguaje nos daremos cuenta de lo siguiente: uno no aprende a hablar memorizando qué es cada cosa, diciendo ‘esto es un perro’, ‘esto es una casa’, ‘esto es una mesa’. No, el proceso de aprender un lenguaje es muy distinto, uno lo aprende usándolo, intentando, poniéndole uno mismo nombre a las cosas, equivocándose, aprendiendo en qué contextos se aplican las palabras... el lenguaje, en una muy conocida frase de Wittgenstein, es uso. Como un juego: uno se inserta en él, el juego ya existe pero uno se incorpora en él poniendo a prueba sus reglas, sus límites. El lenguaje, entonces, no es un conjunto de conceptos, de esencias que encierran significados universales. El lenguaje no es un diccionario. El lenguaje es su uso, una forma de vida, eterno movimiento. Por eso hemos de atrevernos a ver las cosas de otros modos, porque en el momento en que nos conformamos en que las cosas son de determinada manera, y solo de esa, la vitalidad propia del lenguaje, el movimiento propio de la vida, muere. Se cosifica.
En fin, tantas cosas más podrían decirse. Pero mejor dejémoslo ahí. El ciclo comienza este viernes 25 con una conferencia de Jorge Secada, filósofo peruano residente en EE.UU., experto en los orígenes de la modernidad. Su conferencia llama la atención porque tratará de Descartes, padre de la modernidad, y de Wittgenstein.

Viernes 25 de agosto, 11am
Auditorio de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM
Jorge Secada (Universidad de Virginia): "Wittgenstein y Descartes: una lectura de las Meditaciones metafísicas"

Felicitaciones

Felicitaciones al amigo Gianfranco Casuso que el día de ayer pasó a ser Magíster en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú, con una tesis sobre la racionalidad y la libertad en Habermas, la cual fue aprobada con el calificativo de sobresaliente.
¡Felicitaciones, hermano!

lunes, agosto 07, 2006

Pensar es un deporte extremo y para especialistas. No trate de hacerlo en casa 2

Siempre me he preguntado por qué le tengo tanto miedo a los "deportes extremos". Imagino que será miedo a la muerte. Deportes extremos son aquellos en los que tu cuerpo, y con él tu vida, juegan con su existencia. Unos son más radicales, otros menos: escalada en roca, surfing, alpinismo, ala delta, entre muchos otros. Lo que tienen en común es que en todos ellos quien los practica se encuentra en constante riesgo, aunque, seguramente, no siempre sea consciente de ello. El riesgo es una transgresión, es alcanzar un límite, y siempre está marcado por una seducción, por algo que nos seduce. ¿Por qué el hombre necesita alcanzar su límite? ¿por qué jugarnos la vida colgados de una soga a 200 metros de la tierra? ¿por qué deslizarnos bajo una ola o empujados por una ráfaga de viento sin tener branquias ni alas? ¿por qué la necesidad de esa seducción, de ese coqueteo con la muerte? Debe ser que quienes practican esos deportes tienen necesidad de esas experiencias extremas, radicales, para sentir con mayor intensidad la vida. Es una posible respuesta. Ahora, teniendo en cuenta esto, volvamos a mi caso.
Una vez en mi vida, solo una (aunque no lo crean) he subido a una montaña rusa (algunas más al universalmente conocido "gusanito"), ¿por qué, pues, mi espíritu no se permite mirar ese límite, ese doblez entre la vida y lo que hay más allá? ¿por qué tanto temor ante ese tipo de riesgo? Siempre me he hecho estas preguntas, y nunca he encontrado una respuesta que me convenza (obviamente la posibilidad de la cobardía no me agradaba mucho, pero en fin, era una posibilidad). Ahora, pasados algunos años, creo tener una interpretación que me parece mucho más acertada. "Los buceadores del pensamiento regresan de las profundidades con los ojos inyectados de sangre". Recuerden esta cita de Melville, está en un post anterior. Tradicionalmente el ser humano ha sido dividido en mente, alma, espíritu o pensamiento, por un lado, y cuerpo, materia, instintos, por el otro. Pensamiento y cuerpo. No estoy afirmando que seamos estás dos cosas por separado, sino que son dos formas de entender la naturaleza humana. Ambas se implican mutuamente, son las dos caras de una misma moneda. Y aquí encontramos la respuesta a mi inquietud: unos alcanzan su límite con el cuerpo, otros con el pensamiento. Hacerlo con ambas "partes" nos destruiría, no podríamos soportar mantenernos al límite, en constante riesgo, desde la perspectiva del cuerpo y desde la del pensamiento. No somos dioses ni titanes. Quienes nos dedicamos a la filosofía -espero que esto no suene soberbio, no es esa su intención-, quienes hacemos filosofía, no como una disciplina universitaria, sino como una forma de vida, es decir, quienes vivimos la filosofía lo hacemos movidos por una forma particular de ver y sentir el mundo. Una visión aberrante de la realidad que constantemente juega con nuestros criterios, perspectivas y límites; una visión que corta la piel y se detiene en la sangre; una visión esquizofrénica -doble-: del mundo, por un lado, y de nosotros viendo el mundo, por el otro. Es un pensamiento que se dirige hacia las profundidades, para pensar lo impensable, y luego respirar en la superficie, que es una delgada línea entre la razón y la sin razón.

jueves, agosto 03, 2006

Filosofía ¿para qué?

Wittgenstein decía que un filósofo es alguien q tiene la cabeza llena de signos de interrogación; que estudiar filosofía consiste en aprender a pensar, a aclarar las confusiones y una vez que estas se resuelven uno está listo para dedicarse a otra labor.
Es cierto que todos los que pasamos por esta carrera tenemos múltiples dudas respecto a nuestro futuro, a qué hacer luego de acabar la universidad y en nuestro caso no es sólo una preocupación laboral pues la filosofía no es una cosa que uno pueda dejar, es como una condición. Si un economista decidió dejar de trabajar en una empresa y dedicarse a pintar o a ser chef, por ejemplo, su carrera anterior no lo sigue, claro que le ayudará con las cuentas o con alguna otra habilidad que haya desarrollado pero a si un filósofo decide trabajar en otro campo, no dejará por ello de hacer filosofía, pues lo que nos da la filosofía es un método, una forma de pensar, una forma de plantearnos preguntas y buscar sus respuestas; esto no es posible abandonarlo, nos seguirá por siempre.
En ese sentido si me alegra haber estudiado la carrera, por otro lado, también es una maldición, es una “dulce condena” como diría Calamaro. Es una condena porque pensamos demasiado y en mi caso (no sé si en el del resto) eso conlleva también el sentir demasiado. Y entonces vuelvo a releer a Wittgenstein...mmm...ok... sí soy una persona llena de signos de interrogación en la cabeza, ok ya estudie filosofía, ¿aclarar las confusiones? Nooo, tengo nuevas, miles más, entonces..... si pues, uno no dejará de ser filósofo.
Filósofo ¿para qué?, para todo y para nada, para pasar por esta vida y tratar de entenderla, para pensar y para actuar, para ver y para mirar, para soñar y apreciar la realidad..... para buscar la felicidad como todos, eso es lo esencial.
Ya que usamos a Wittgenstein cómo base para este comentario, me extenderé un poco más y expondré mi siguiente opinión con su ayuda. En una conversación con O. K. Bouwsma, comenta que la vida no es lo que parece, “es como si fuese de la siguiente manera: en una ciudad, hay calles, están dispuestas de un modo adecuado; se conduce por la derecha, hay semáforos, etcétera. Existen reglas. Cuando dejas la ciudad, sigue habiendo carreteras, pero ya no hay semáforos. Y cuando te marchas aún más lejos ya no hay ni carreteras, ni luces, ni reglas: no hay nada que te guíe. Todo son bosques. Y cuando, de nuevo, tornas a la ciudad, puede que tengas la sensación de que las reglas están mal hechas, que no debería haber reglas, etcétera. (...) Viene a ser una cosa como esta. Si tienes una luz, te diré: Síguela. Puede que sea lo correcto. Sin duda, la vida en la ciudad no te servirá”.
La ciudad equivale a las actividades exteriores de la vida, para las cuales contamos con guías simples, con reglas; pero fuera de la ciudad se halla la naturaleza, los deseos, las emociones. Si en ese ámbito, si en el reino de los deseos, de los sentimientos y las pocas certezas (esas que sentimos en el estómago); encuentras algo que sabes que deseas, algo que te motiva, encuentras una “luz”, debes seguirla. ¿No fue así a caso como llegamos a la filosofía? Es esa misma luz la que nos guiará en el resto del camino, mientras lo hagamos llegaremos al “paraíso”, puede que a veces no sea lo que esperamos, que al parecer nos equivocamos, pero nunca hay error, todo pasa por algo, nos permite ver la verdadera luz.
Además me encanta este comentario porque es claro que en “la ciudad” no esta nuestra vida, no estaremos felices mientras tengamos tantas reglas, tanta bulla y tantas luces que no nos dejen ver el cielo, ¿así cómo se puede pensar?

II Simposio Metropolitano de Estudiantes de Filosofía

Gente. Este semestre se está organizando en la Católica el II Simposio Metropolitano de Estudiantes de Filosofía. Aunque se supone que solo pueden participar "estudiantes de filosofía", espero que todos los interesados en la filosofía que no son filósofos también puedan participar. Aquí pueden encontrar toda la información necesaria. Anímense!!!

http://www.pucp.edu.pe/invest/cef/avisos.php?id=5175

Conexión cero



Como comenté en un post anterior llegué a la filosofía a través de la literatura (lo de las conexiones, recuerden). Ahora prácticamente he abandonado la literatura, ¿por qué? realmente no lo sé, y no pienso psicoanalizarme para descubrirlo (sinceramente cada vez creo menos en el psicoanálisis, pero eso será motivo de otro post). Solamente sé que la mayoría de novelas o cuentos que empiezo a leer pronto me aburren: los siento vacíos, lentos, bastante artificiales, como si todo lo que en ellos hay o sucede fuese de utilería, de cartón o de tecnopor. Sin embargo -y esto es lo que motiva estas líneas- algunas historias y algunos personajes, pocos hasta ahora, me envuelven de manera fantástica, como si entre ellos y yo existiese una íntima relación, como si hubiese un secreto que solo nosotros conociéramos. Siento placer con ellos, el placer de la complicidad, de saberme secretamente reconocido. Como si ellos me dijesen al oído, rozándome la oreja: “sí, sabemos que eres tú, y que eres como nosotros; pero no te preocupes, nadie más lo sabrá”.
Dos personajes se han convertido en mis cómplices confesores, solo ellos saben perfectamente lo que yo sé, porque ellos sienten lo que yo siento: Dino y Bartleby. El primero, centro en torno al cual gira la novela titulada El tedio de Alberto Moravia, ensaya una definición del aburrimiento (o tedio) magnífica: “el tedio es”, dice, “la ausencia de relaciones con la realidad”. Y, como él, yo siempre me aburrí. Pero acá “aburrimiento” no se opone a “diversión”, como normalmente se puede pensar, sino a “creencia”. Me aburro porque no creo. ¿En qué no creo? justamente en la realidad: en la gente, en la mesa donde como, en la comida que como, en la computadora en la que escribo, en los derechos humanos, en todo. El tedio o aburrimiento es la cara existencial (o psicológica) del escepticismo. Siempre me pareció absurdo creer en Dios. Y Bartleby (personaje de Herman Melville), por su parte, no solo expresa la misma ausencia de relaciones con la realidad que reconocía Dino, sino que, llevándonos a una posición mucho más angustiante, ha decidido vivir de acuerdo a esa constatación: “Preferiría no hacerlo”, repite una y otra vez. (importante: el tedio no es primariamente un sentimiento, es una forma de entender el mundo; el sentimiento viene después; y, finalmente, la práctica). Bartleby practica radicalmente su escepticismo, su aburrimiento, aunque parece no reconocerlo. Su historia es un grito agónico por recuperar (¿alguna vez existieron?) esos vínculos con la realidad.
¿Y las conexiones? Hay que hacerlas!!!
posted by Alejandro

Síndrome del fin de carrera (a propósito de Conexiones 1, 2 y 3)


Me parece que hay cierta inquietud respecto del sentido de una carrera como la filosofía hoy en día, al menos entre filósofos jóvenes, al menos entre algunos conocidos y algunos amigos, especialmente cercanos. Si me equivoco y no la hay, creo que debería haberla.
Aquí el amigo Alejandro termina sus años de estudios de maestría en filosofía y se pregunta en qué consiste para él ser filósofo, en qué consiste la filosofía para él. Aquí yo misma, en el mismo momento, inicio mis estudios de maestría en filosofía con la misma interrogante. Alguien que conozco, que terminó los estudios hace un par de años pero sigue dedicándose interiormente a la filosofía sentada en el escritorio de su oficina, no puede dejar de preguntarse lo mismo. Al igual, espero, que muchos otros.
(Por algo dicen que la tarea de los filósofos no es tanto encontrar respuestas acertadas sino hacer las preguntas correctas).
Al empezar los estudios la tenía más clara. Al terminar, se abrió el abismo, el vacío: qué hago ahora con ella, qué sentido tiene para mí la filosofía, qué busco yo de ella, por qué decidí estudiarla, por qué seguí estudiándola, por qué la sigo estudiando. Qué quiero hacer con ella; qué quiero de ella para mí, en mi vida.
Porque si uno no la hace propia no tiene ningún sentido. Así como el primer paciente de un psicoanalista siempre debe ser él mismo, porque sino, ¿qué podría transmitirles a aquellos que se echen en su diván?; así, si la filosofía sirve para algo, así sea para nada, el primer convencido (el primer apasionado) tiene que ser uno mismo. Si no, no tiene sentido.
Al menos a esa seguridad he llegado al final de mi carrera. Otra, tan fuerte como esta, es la siguiente: la filosofía –al menos para mí– que se queda encerrada en sí misma, tampoco tiene mucho sentido. Una filosofía que se cierra al diálogo, o mejor, que solo dialoga consigo misma (filósofos que solo hablan con filósofos, filósofos que solo se entienden con otros filósofos, que solo escriben para otros filósofos), muere. No tiene nada que decirnos. En ese momento se ha perdido el interés y la curiosidad.
Ya vendrán más comentarios.

martes, agosto 01, 2006

¿Cómo ves a la filosofía?


Conexiones 3: una ejemplo de conexión

El conector “filósofo”, del que he escrito en el post anterior, se ha apoderado de La Filosofía. Él la domina, la tiene cautiva, encadenada. ¿Por qué La Filosofía le teme al diálogo con otras disciplinas? ¿con lo real? ¿no será que le teme porque finalmente no tiene nada que decir o, pero aún, nada que hacer? Filosofía de Academia, de Universidad, Historia de la Filosofía, Los Clásicos. Ellos son representantes paradigmáticos de la válvula que cierra el flujo del pensamiento. No obstante, no hay que ser tan ingenuos de negarlos simplemente, la oposición directa y externa no es más potente que su impotente adversario. Por el contrario, a través de ellos hay que pensar (como una lanza que los atraviesa), hay que usarlos... escuchen a Deleuze (pero escúchenlo, no solo lo lean):

“... el modo de liberarme que utilizaba en aquella época consistía, según creo, en concebir la historia de la filosofía como una especia de sodomía o, dicho de otra manera, de inmaculada concepción. Me imaginaba acercándome a un autor por la espalda y dejándole embarazado de una criatura que, siendo suya, sería sin embargo monstruosa. Era muy importante que el hijo fuera suyo, pues era preciso que el autor dijese efectivamente todo aquello que yo le hacía decir; pero era igualmente necesario que se tratase de una criatura monstruosa, pus había que pasar por toda clase de descentramientos, deslizamientos, quebrantamientos, y emisiones secretas que me causaron gran placer” (Deleuze, Diálogos).
He ahí la forma de hacer conexiones. Quien ama las conexiones, odia los fines. Perversión.

Conexiones 2

En el anterior Post quería hablar un poco de nosotros, o de lo que normalmente llamaría “de mí”. Pero terminé hablando de “conexiones”. De hecho quería hablar de conexiones, pero no en general, sino haciendo referencia a una conexión. Llegue a la filosofía por la literatura. He ahí una conexión. Lo importante acá no es ni la literatura ni la filosofía, sino el paso, el entre, la conexión, porque es finalmente la conexión la que te cambia, la que te hace ser como eres, filósofo, literato, vampiro o amante. En mi caso filósofo. Lo que quisiera contarles ahora es mi devenir-filósofo, mi devenir-hielo. El que haya devenido filósofo no es gran cosa, lo que realmente me aterra es la potencia que tiene el conector “filósofo”. Se adueña de ti, cierra todas tus compuertas; seduciéndote afirma que te permitirá ver más allá de lo que la oscuridad de tu caverna te permite ver, sin embargo, al final te impide ver lo más evidente, lo cotidiano, lo ordinario. Te hace creer un sinfín de ilusiones, de fantasías, de mundos imaginarios... y te los presenta como verdaderos. Al inicio te la crees y te encanta. Luego de unos años pienso que la mayoría se da cuenta del engaño, aunque aún veo a algunos caminar inclinando ligeramente la cabeza hacia el cielo: ellos ven algo distinto. Ilusos, no hay nada que ver. Lo que hay que ver está enfrente y corremos el peligro de que nos reviente en la cara.

Conexiones


El mundo está hecho de conexiones. Conexiones que nos llevan de un lugar a otro, de una persona a otra, de un sentimiento a otro... las paradas son solo descansos, espacios para tomar aire y continuar. Lo que debería importar es el camino, no la llegada. Es decir, las conexiones que hacemos, no tanto los conectores o los términos de las conexiones. Son las conexiones las que permiten el flujo de la vida, el movimiento, las que liberan el tiempo y florecen. Establecerse en un conector es pudrirse, secarse, en fin, morir. Cuando el agua se estanca y deja de fluir se descompone, muere... pero ahí no acaba, de su descomposición surge nueva vida, primero primitiva, gérmenes, amebas; luego, gusanos, insectos, etc., etc., y así nuevos hombres, y las conexiones continúan. Es un ciclo. El ciclo de la vida. Muévete!