La voz de la Filosofía

Este blog tiene la intención de promover un espacio -virtual, pero no por eso menos real-, en el que los que nos dedicamos a la filosofía (y también los que no) podamos "hablar" y "escribir"...

jueves, diciembre 21, 2006

La escritura como pensamiento de lo intolerable

"La literatura se presenta entonces como una iniciativa de salud: no forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro (se produciría en este caso la misma ambiguedad que con el atletismo), pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles. De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados".

Gilles Deleuze, La literatura y la vida, en: Crítica y clínica, p.14

2 Comments:

At 7:05 p. m., Blogger cristina said...

Volvió la VOZ DE LA FILOSOFÍA!!! YEEEEEEEE
Genial recomienzo del blog.

 
At 8:33 p. m., Anonymous Anónimo said...

Cristina,

Todos escribimos, algo, cositas.
Todos mas o menos leemos, algo.
Algunos damos clases.
Juan me decía, solo enseñamos lo que no sabemos.
Si solo enseñamos lo que no sabemos, escribimos de lo que soñamos o lo que podemos.
En el caso de algunos de nosotros que caemos indemnes al lenguaje en sí, se pierde la perspectiva y el lenguaje en sí, independientemente de su valor de significación, tiene un valor apasionantemente bello.
El caso más acabado de esto son los que estudian gramática y variación sintática.
A mi me gusta mucho la semántica.
Me gusta pensar al lenguaje como un instrumento complicado, tan inapropiado, que se encuentra con las pulsiones básicas que se encarnan en el cuerpo y se manifiestan en un intento de comunicación, condicionado por estos impulsos afectivos, si se quiere sexuales, que necesitan trascender el sentido del mismo cuerpo erotizado y encarnan una función simbólica.
Esto es una excusa para poder reflexionar sobre el uso del lenguaje en sí, el Estado, el inconsciente, y siempre alguna otra cosita que se filtra.
Me gusta pensar que me dedico a estudiar el aspecto subjetivo de la ciencia, es como pensar una ontología que nos permita dar cuenta de cómo una subjetividad histórica, contingente, objetiva concretamente las cosas.
Acá hay mucho las palabras y las cosas.
Todos dicen que les gusta Foucault.
En las palabras y las cosas, en toda su obra, pero especialmente en las palabras y las cosas, uno –particularmente yo- se pregunta a que género corresponde lo que estamos leyendo.
En buena parte el proceso de interpretación, una clave de decodificación se denuncia en el género en que el texto está escrito.
Pero esa marca no se deja leer con facilidad, o simplemente está muy clara.
Se puede deber a que aún no tenemos una categría para designar, clasificar –a partir de los criterios de repetición y diferencia- esa singularidad que se nos presenta en forma de texto, que evoca ciertas continuidades pero presenta muchas más rupturas, haciendolo al mismo tiempo más enigmático.
Todo esto, lo de Foucault, para evocar ese gusto por la escritura y entender que las formas son contingentes y producto de una subjetividad particular.
Esto es, la verdad se puede mostrar de distintas formas.
La verdad, aquí lo podemos tomar muy laxamente, no me quiero meter con la “verdad”, sino más bien contar con una categoría para operar, para poder hablar de lo bello, de la adecuación, según un sistema particular de creencias que se funda en una subjetividad determinada.
Esto me permite pensar que solo hay una sola cosa que escribir.
No que la escritura tenga una sola forma.
Que solo yo tengo una manera de escribir.
Esto tiene que ver con la verdad.
Esto no significa que yo tenga la veradad.
Por el contrario, si hay algo que yo no tengo es la verdad, aunque esto mismo represente una verdad en sí misma.
Me gusta pensar la escritura más en un sentido filológico.
Independientemente del género o la naturaleza del texto, es un material escrito, de manera que antes de estar atados a las leyes de su género, lo están a las leyes de la escritura.
Acá tiene que ver más Derrida.
El tipo escribe sobre la escritura, pero además escribe como un hijo de puta.
No se puede creer lo que escribe ese tipo.
Hace un trabajo de reescritura sobre Cicerón, Karl Schmitt y Freud: juntos.
Un Titán de la escritura.
Cuando vos lees Derrida te dan ganas de poder escribir así.
Agarrar un tema, un autor, un enunciado, y poder escribir sobre eso de manera tan espléndida, con tanta originalidad, y aún así mantener el vínculo con ese otro texto, manteniendo su espíritu; o más que espíritu, hasta su misma materialidad, como puede ser el caso de nuestra escritura fonética que guarda en ella el sonido –acaso la escucha- del habla.
Pero acá estamos.
Leemos, algo, algunas veces, aunque nos gusta leer más de lo que realmente leemos.
Pasa como cuando te casás, te amesetás, y entrás en las rutinas y dejas de prestar atención a los pequeños detalles que hace que eso que haces valga la pena.
Pero si hay amor, esas cosas se sobreponen.
El verdadero acto de amor está más bien en la escritura que en la lectura.
La escritura se fundamente en otra escritura previa.
La escritura es al mismo tiempo eso, regularidad, un sistema, que aunque se preste a infinitas variaciones, las reglas son finitas.
Aquí se confundem muy bien –para mi- por momentos, el lenguaje y la escritura.
Fantástica fansinación, trabajo de transferencia, el de confundir lo leido, lo escrito, lo propio, lo ajeno.
Es difícil, confuso, pero es la manera que tenemos para presentar claridad.
Ya es un trabajo dialéctico, dialógico, en el que se determine el significado de manera compartida.

Saludos,

Ric.

 

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