La voz de la Filosofía

Este blog tiene la intención de promover un espacio -virtual, pero no por eso menos real-, en el que los que nos dedicamos a la filosofía (y también los que no) podamos "hablar" y "escribir"...

miércoles, febrero 28, 2007

La filosofía en movimiento III

III
Los conceptos entonces deben ser creados a partir de una relación concreta con la experiencia. De ahí la doble caracterización de la filosofía como un empirismo y un constructivismo. Sin embargo, ¿cómo crearlos? O mejor ¿quién crea? ¿quién dice Yo en cada acto de creación? Coherente con una filosofía del movimiento, Deleuze es un severo crítico de la noción de Sujeto. La subjetividad, como substancia o upokeimenon, hace referencia en primer lugar a aquello que subyace, que sostiene, que funda, que está por debajo de todo lo que cambia, pasa o se altera. Substancia y accidente. Nombre y adjetivo. Es decir, el sujeto está fuera del tiempo, allende el movimiento. En este sentido, es uno más de los incontables conceptos universales de los que se ha valido la filosofía a través de la historia[1]. Y como ya sabemos que “los universales nada explican sino que deben ser a su vez explicados”[2], entonces el de sujeto no es un buen concepto para dar cuenta del agente o de la voz de filosofía.

Es aquí donde se vuelve clave la noción de intercesor. Habíamos dicho líneas arriba que Nietzsche y Bergson era intercesores de Deleuze. El intercesor es alguien a quien utilizamos para poder expresarnos. El intercesor habla a través de nosotros y nosotros hablamos a través de él. Es quien nos permite ir más allá (o más acá) de nuestra subjetividad, dejar de lado nuestro yo –el cual siempre es una formación estática, colonizadora– para darle paso a las fuerzas impersonales que nos conforman, a todo aquello que normalmente es desplazado de la representación consciente que tenemos de nosotros mismos. Así, el intercesor es otro que forma parte de mí mismo. Es la alteridad que constituye mi identidad. Por ello, Deleuze piensa que es fundamental buscar, descubrir, encontrar a nuestros intercesores. Estos pueden ser reales o ficticios, vivos o muertos, hombres o mujeres, humanos o no humanos, orgánicos o inorgánicos… en fin, cualquier cosa que nos permita liberar la expresión de las ataduras del yo. Sin ellos, lo expresado se convierte en la aburrida narración de las anécdotas y vivencias de un yo, ¿a quién le importa lo que a mí me puede suceder? No hay acto más patético que la autoconfesión de alguien que no puede ver fuera de su narcisismo. De esta forma, los intercesores nos permiten dejar de lado el discurso del intelectual colonizador, el discurso en primera persona, mayoritario y oficial; liberando al mismo tiempo el discurso impersonal, minoritario y subversivo. Finalmente, los intercesores son, en palabras del propio Deleuze, “(…) estas potencias de lo falso que producen lo verdadero (...)”[3].

Ahora bien, constatar la necesidad de destituir a la primera persona de sus privilegios en el ámbito de la expresión, conduce a Deleuze a plantear la cuestión del estilo. Nuevamente, todo está conectado, pues, desde el momento en que buscamos crear conceptos liberando nuestros intercesores en una experiencia determinada, entonces la cuestión del estilo –que originariamente es un concepto de la teoría literaria– entra de lleno en el ámbito filosófico. ¿Por qué? El estilo es un asunto medular de la literatura básicamente porque se refiere a la sintaxis, al modo en que el poeta usa el lenguaje creando así nuevos modos de expresión (nuevas sintaxis). Así, el estilo tiene que ver siempre con la novedad. Ahora, digo que esto es medular en la literatura pues esta tiene como su materia prima al lenguaje: es en él donde el poeta crea, y para ello debe hacer nuevas conexiones, mutaciones, vínculos o reuniones. ¿Qué tiene que ver esto con la filosofía entonces? En tanto la filosofía pretende ser un discurso objetivo sobre el mundo, el uso que se le da al lenguaje pasa a un segundo o tercer plano. El lenguaje es solo un medio de expresión o el continente de lo expresado. Lo importante en filosofía siempre ha sido el qué nunca el cómo. Esta preocupación por alcanzar un lenguaje objetivo, que devele el qué de la cosa, es parte constitutiva del pensamiento dogmático y sus conceptos universales. Para Deleuze el qué o lo expresado nunca puede ser separado de un cómo ni de un quién. Estos constituyen las coordenadas de aquel, quienes ubican a la cosa filosófica en una determinada experiencia del mundo, quienes le devuelven su movimiento. Así, pues, el estilo se hace parte de la filosofía.

El estilo aparece así, en primer lugar, como lo novedoso, como un cambio cualitativo (de ahí, piensa Deleuze, que se hable en los deportes de un nuevo estilo). Cambio que, sin embargo, no puede ser radical: siempre se da sobre un estilo anterior y genera una bifurcación en él. Esta ruptura que da lugar a un nuevo estilo es siempre algo inesperado, que no se hallaba dentro de las condiciones de lo posible, de ahí que resulte absolutamente novedoso. Alcanzar un nuevo estilo se identifica entonces con crear. Por ello es, al mismo tiempo, un acto intempestivo: es decir, un acto que va contra su tiempo (posible) y a favor de un tiempo futuro (imposible). Los grandes estilistas, los genios, los creadores, siempre han sido una singularidad en su tiempo, pues no pertenecían a él. El estilo se muestra entonces como una fuerza intempestiva e inconsciente, por ello a-histórica e impersonal. El estilo es el devenir otro de la lengua: “(…) una lengua extranjera al interior de la lengua”[4].

Según Deleuze, Nietzsche fue un gran estilista. Pero Spinoza el mayor. Por ello, entre otras cosas, es el príncipe de los filósofos. El estilo, hemos dicho, es novedad y creación. La cuestión es, ¿qué aporta un nuevo estilo a la actividad filosófica? ¿Por qué, según Deleuze, son grandes filósofos los grandes estilistas? Vimos líneas arriba que la filosofía tiene como finalidad crear conceptos. Y nos preguntamos también cómo llegar a crear esos conceptos. Una primera respuesta fue liberando a nuestros intercesores. No obstante, podemos profundizar aún más en esa respuesta. Liberar a nuestros intercesores significa, justamente, hacerse un estilo. Así, la condición para la creación de los conceptos es alcanzar un estilo, lo que significa en última instancia que el estilo es condición de la filosofía, en tanto esta es creación de conceptos. De esta forma, todo filósofo que busque crear algo nuevo, bifurcar a la filosofía, entonces debe ser un gran estilista, de lo contrario, simplemente se limitará a repetir aquello que otros (sin duda ellos sí estilistas) dijeron.

[1] Dos ejemplos paradigmáticos de substancia son el Cogito cartesiano y la Ousia aristotélica.
[2] Afirmación muy querida por Deleuze.
[3] Conversaciones, o.c., p. 201.
[4] Ibid., p. 213.

1 Comments:

At 3:58 p. m., Blogger David said...

Me gusta hacernos la pregunta acerca de que es la filosofia y por eso todo lo relacionado con esta carrera me interesa mucho. Trato de conocer al respecto

 

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