La filosofía en movimiento IV

Vimos que crear un concepto era reunir una multiplicidad, hacer determinable una zona de lo real. Crear un concepto es, en pocas palabras, conectarse con una experiencia del mundo. Así, un concepto nuevo nos ofrece nuevas formas de experimentar lo real. Por ello, la filosofía de Deleuze está continuamente renovando sus conceptos. Un concepto no significa, conecta. Cuando pensamos a partir de lo establecido, de los conceptos dados, entonces nos movemos en un ámbito cerrado de representaciones del mundo. En el discurso oficial. De forma tal que nos es imposible contactarnos vitalmente con la experiencia. Por ello, Deleuze reclama de los filósofos un estilo que les permita ponerse en contacto con el afuera de la representación y que restablezca la potencia de la tierra. Así, pues, lo fundamental de hacerse un estilo es que nos permite entrar en contacto con el Afuera. Para ello, es necesario romper con la homogeneidad del lenguaje, introducir en él un desequilibrio, una tensión que movilice lo heterogéneo y trace líneas de fuga que liberen las potencias de la vida. Así, pues el estilo en filosofía es una tensión, el movimiento del concepto. Dos cosas, sin embargo, se oponen a él: una lengua absolutamente homogénea en la que no pasa nada y una completamente heterogénea, donde todo es gratuito e indiferenciado. A medio camino debe ubicarse el gran estilista[1].
Ahora bien, en esta tensión entre el lenguaje y su afuera, el estilo nos pone en contacto con cosas que no pertenecen al orden del lenguaje. Si bien en filosofía el estilo apunta al movimiento del concepto, también es cierto que el concepto no apunta solo a sí mismo, como muestra la comprensión filosófica. El movimiento del concepto actúa, además de sobre sí mismo, en nosotros y en las cosas. Así, el estilo en filosofía –como creador de conceptos nuevos al interior del lenguaje– nos conduce más allá de ellos y del lenguaje: hacia los perceptos y los afectos. Estos constituyen la comprensión no filosófica de la filosofía. Esto es de suma importancia para Deleuze, porque implica que la misma filosofía se ponga en contacto con su afuera, cosa poco habitual en ella. Sin embargo, aunque poco habitual, es una tarea fundamental, pues es ese contacto con su afuera el que la vincula o religa, como deseábamos al inicio de este texto, con el mundo.
Pero, ¿qué significa eso de una comprensión no filosófica de la filosofía? Para Deleuze la filosofía representa una forma de pensar, mas no la única. La ciencia y el arte también piensan, solo que no lo hacen a través de conceptos. La filosofía mantiene una relación esencial con la no filosofía pues es desde ella de donde surge: a pesar de que toda filosofía siempre busca mostrarse como un Todo unitario y acabado, en realidad siempre se halla en continua construcción y, por lo tanto, en continua relación con su afuera, desde el cual se ha creado. En este sentido, aquellos que se encuentran fuera de la filosofía (cineastas, psicoanalistas, científicos, cheffs, etc.) tienen la capacidad de comprender los problemas que plantea la filosofía, pero no necesariamente de una forma conceptual. Ahora bien, es importante remarcar que Deleuze afirma claramente que no existe una comprensión mejor que otra, el filósofo no está más capacitado que el no filósofo. En definitiva, esta comprensión no filosófica de la filosofía se da por perceptos y afectos (no por conceptos). Y estos constituyen la otra cara del concepto, pues ¿de dónde surge el concepto si no es de una determinada forma de percibir (percepto) y experimentar (afecto) el mundo? Así, Deleuze afirma que “la comprensión no filosófica no es una comprensión insuficiente o provisional, es una de las dos mitades, una de las dos alas”[2], pues “un exceso de saber [conceptual] mata lo que la filosofía tiene de vital”[3]. Resumiendo, la filosofía requiere de la no filosofía pues es de ella de quien recibe su vitalidad, de lo contrario moriría de sed, encerrada en sus representaciones del mundo.
Empezamos por el vitalismo y terminamos con él. Es, sin duda, algo que Deleuze hubiera querido. Impedir que el movimiento se detenga, frenar a las fuerzas resentidas, fascistas y totalitarias que buscan decirnos cómo vivir o hacia dónde fluir. Luchar, como Foucualt lo hizo, contra todo intento de normalización: ¿quién tiene la autoridad de decirnos qué es lo normal? Finalmente, liberar los privilegios de la vida a favor del aquí y el ahora, de la superficie, de la tierra, en fin, de ella misma.
[1] Cf. Ibid., pp. 223-224.
[2] Ibid., p. 222.
[3] Ibid.